Del Capítulo 1 al 5
Antiguo Testamento
Nuevo Testamento
Todos estos fueron dados por inspiración de Dios para que sean la regla de fe y vida. 2 Ti. 3.16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.
3. Los libros comúnmente titulados Apócrifos, por no ser de inspiración divina, no deben formar parte del canon de las Santas Escrituras, y por lo tanto no son de autoridad para la Iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse sino de la misma manera que otros escritos humanos (Lc. 24.27, 44; Ro. 3.2).
4. La autoridad de las Santas Escrituras, por la que ellas deben ser creídas y obedecidas, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia, sino enteramente del de Dios (quien en sí mismo es la verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas porque son la palabra de Dios (2 P. 1.19-21; 2 Ti.3.16; 1 Ts. 2.13; 1Jn. 5.9).
5. El testimonio de la Iglesia puede movernos a inducirnos a tener para las Santas Escrituras una estimación alta y reverencial; a la vez el carácter celestial del contenido de la Biblia, la eficacia de su doctrina, la majestad de su estilo, la armonía de todas sus partes, el fin que se propone alcanzar en todo el libro (que es el de dar toda gloria a Dios), el claro descubrimiento que hace del único modo por el cual puede alcanzar la salvación el hombre, la multitud incomparable de otras de sus excelencias y su entera perfección, son todos argumentos por los cuales la Biblia demuestra abundantemente que es la palabra de Dios. Sin embargo, nuestra persuasión y completa seguridad de que su verdad es infalible y su autoridad divina, provienen de la obra del Espíritu Santo, quien da testimonio a nuestro corazón con la palabra divina y por medio de ella. (Jn. 16.13-14; 1 Co. 2.10-12; 1Jn 2.20;27).
6. Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria y para la salvación, la fe y la vida del hombre, está expresamente expuesto o implícitamente revelado en las Escrituras y, a esta revelación de su voluntad, nada será añadido, ni por nuevas revelaciones del Espíritu, ni por las tradiciones de los hombres (2 Ti.3.15-17; Ga. 1.8-9) Sin embargo, confesamos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es necesaria para que las cosas reveladas en la palabra se entiendan de una manera salvadora, (Jn.6.45; 1 Co. 2.9-12) y que hay algunas circunstancias tocante al culto de Dios y al gobierno de la iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que deben arreglarse conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, pero guardándose siempre las reglas generales de la palabra (1 Co. 11.13-14; 1 Co. 14.26,40).
7. Las cosas contenidas en las escrituras, no son todas igualmente claras ni se entienden con la misma facilidad por todos; (2 Pe.3.16) sin embargo, las cosas que necesariamente deben saberse, creerse y guardarse para conseguir la salvación, se proponen y se declaran en uno y otro lugar de las Escrituras, de tal manera que no sólo los eruditos, sino aún los que no lo son, pueden adquirir un conocimiento suficiente de tales cosas por el debido uso de los medios ordinarios (Sal. 19.7; Sal. 119:130).
8. El Antiguo Testamento se escribió en hebreo (que era el idioma común del pueblo de Dios antiguamente) (Ro. 3.2) y el Nuevo Testamento lo es en griego (que en el tiempo en que fue escrito era el idioma más conocido entre las naciones), porque en aquellas lenguas fueron inspirados directamente por Dios, y guardados puros en todos los siglos por su cuidado y providencia especiales. Por esta razón debe apelarse finalmente a los originales en estos idiomas en toda controversia (Is. 8.20) Como estos idiomas originales no se conocen por todo el pueblo de Dios, el cual tiene el derecho de poseer las Escrituras y tiene gran interés en ellas, a las que según el mandamiento debe leer (Hech. 15.15) y escudriñar (Jn.5.39) en el temor de Dios, se sigue que la Biblia debe traducirse a la lengua vulgar de toda nación a donde sea llevada, (1Co.14.6,9,11,12,24,28) para que morando abundantemente la palabra de Dios en todos, puedan adorarle de una manera aceptable y para que por la paciencia y consolación de las Escrituras tengan esperanza. (Col. 3.16; Ro.15.4).
9. La regla infalible para interpretar la Biblia, es la Biblia misma, y por tanto, cuando hay dificultad respecto al sentido verdadero y pleno de un pasaje cualquiera (cuyo significado no es múltiple, sino uno solo), éste se puede buscar y establecer por otros pasajes que hablan con más claridad del asunto (2 P. 1.20-21; Hch. 15.15-16).
10. El Juez Supremo por el cual deben decidirse todas las controversias religiosas, todos los decretos de los concilios, las opiniones de los hombres antiguos, las doctrinas de hombres y de espíritus privados, y en cuya sentencia debemos descansar, no es ningún otro más que el veredicto bíblico dado por el Espíritu Santo. En tal veredicto descansa la fe.(Mt. 22.29-32; Ef. 2.20; Hech.28.23).
Capítulo 2: Dios y la Santa Trinidad
1. No hay sino un solo Dios, el único viviente y verdadero (1 Co. 8.4, 6; Dt. 6.4). Existe por sí mismo (Jer. 10.10; Is. 48.12) y es infinito en su ser y perfecciones. Su esencia no puede ser comprendida. (Ex. 3.14) El es espíritu purísimo, (Jn. 4.24) invisible, sin cuerpo, miembros o pasiones. Solo es posee inmortalidad y habita en luz inaccesible; (1 Ti. 1.17; Dt. 4.15-16) quien es inmutable, (Mal. 3.6), inmenso, (1R 8.27;Jer. 23.23-24) eterno, (Sal. 90.2) incomprensible, todopoderoso, (Gn. 17.1) e infinito. Es santo, (Is. 6.3) sabio, libre, absoluto, que hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad (que es inmutable y justísima) (Sa. 115.3; Is. 46.10) y para su propia gloria (Pr. 16.4; Ro. 11.36). También Dios es amoroso, benigno y misericordioso, longánimo, abundante en bondad y verdad, perdonando toda iniquidad, trasgresión y pecado, galardonador de todos los que le buscan con diligencia, (Ex. 34.6-7, He.11.6) y sobre todo muy justo y terrible en sus juicios, (Neh. 9.32-33) que odia todo pecado (Sal. 5.5-6) y que de ninguna manera dará por inocente al culpable (Ex. 34.7, Nah. 1.2-3).
2. Dios posee en sí mismo y por sí mismo toda vida, (Jn. 5.26), gloria (Sal. 148.13), bondad (Sal. 119.68) y bienaventuranza; es suficiente en todo en sí mismo y respecto a sí mismo, no teniendo necesidad de ninguna de las criaturas que El ha hecho, ni derivando ninguna gloria de ellas (Job. 22.2-3) sino que solamente manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas. El es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las cosas, (Ro. 11.34-36) teniendo sobre ellas el más soberano dominio, y, haciendo por ellas, para ellas y sobre ellas toda su voluntad (Dn. 4.25; 34-35). Todas las cosas están abiertas y manifiestas delante de su vista; (He. 4.13) su conocimiento es infinito, infalible e independiente de toda criatura, de modo que para él no hay ninguna cosa contingente o dudosa (Ez. 11.5; He. 15.18) Es santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras (Sal. 145.17) y en todos sus mandatos. Siendo El creador de los hombres y los ángeles, éstos le deben a él toda adoración (Ap. 5.12-14) servicio, obediencia y cualquier cosa que él pudiera demandar de ellos.
3. La Divinidad se compone de tres personas: Dios Padre, Dios Hijo (o Verbo) y Dios el Espíritu Santo (1 Jn. 5.7; Mt. 28.19; 2 Co. 13.14). Son uno en sustancia, poder y eternidad. Cada uno es enteramente Dios, pero a la vez Dios es uno e indivisible (Ex. 3.14; Jn. 14.11; 1 Co. 8.6). El Padre no es de nadie, ni es engendrado ni procedente de nadie; el Hijo es engendrado al eterno del Padre (Jn. 1.14, 18), y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Jn. 15.26; Ga. 4.6). Estas tres personas divinas, siendo un solo Dios eterno, indivisible en su naturaleza y ser, son distinguidos en las Escrituras por sus relaciones personales dentro de la divinidad, y por la variedad de obras que efectúan. Su unidad triple (es decir, la Trinidad) es la base esencial de nuestra comunión con Dios y del consuelo que recibimos de nuestra confianza en El.
Capítulo 3: El decreto eterno de Dios
1. Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede (Is. 46.10; Ef. 1.11; He.6.17; Ro. 9.15, 18) Sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es autor del pecado ni comparte con los pecadores la responsabilidad del pecado (Stg. 1.13; 1 Jn. 1.5) ni hace violencia a la voluntad de sus criaturas, ni quieta la libertad ni contingencia de las causas secundarias, sino más bien las establece. (Hch. 4.27-28; Jn. 19.11) En todo esto se manifiesta la sabiduría divina al igual que su poder y fidelidad para efectuar aquello que se ha propuesto (Nm. 23.19; Ef. 1.3-5).
2. Aunque Dios sabe todo lo que puede suceder en toda clase de condición o contingencia que se puede suponer, (Hch. 15.18) sin embargo, nada decretó porque lo preveía como porvenir o como cosa que sucedería en circunstancias dadas (Ro. 9.11, 13, 16, 18).
3. Por el decreto de Dios y para la manifestación de su propia gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados (o pre-ordenados) a vida eterna por medio del Señor Jesucristo, (1 ti. 5.21; Mt. 25.34) para la alabanza y gloria de su gracia (Ef. 1.5-6)A los demás, el ha dejado para que sean condenados en sus pecados, para la alabanza de su gloriosa justicia (Ro. 9.22-23; Jud.4).
4. Estos hombres y ángeles así predestinados y preordenados, están designados particular e inalterablemente, y su nombre es tan cierto y definido que ni se puede aumentar ni disminuir (Jn. 13.18; 2 Ti, 2.19)Jn. 13.18 No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; más para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar.2 Ti. 2.19 Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.
5. A aquellos que Dios ha predestinado para vida desde antes que fuesen puestos los fundamentos del mundo, conforme a su eterno e inmutable propósito y al consejo y beneplácito secreto de su propia voluntad, los ha escogido en Cristo para la gloria eterna; mas esto por su libre gracia y puro amor (Ef. 1.4,9,11; Ro. 8.30, 2Ti.1.9; 1Ts. 5.9), sin cualquiera otra cosa en la criatura como condición o causa que le mueva a ello. (Ro. 9.13-16; Ef. 2.5, 12).
6. Así como Dios ha designado a los elegidos para la Gloria, de la misma manera, por el propósito libre y eterno de su voluntad, ha preordenado también los medios para ello (1P.1.2; 2 Ts. 2.13) Por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo, (1 Ts. 5.9-10), y en debido tiempo eficazmente llamados a la fe en Cristo por el Espíritu Santo; son justificados, adoptados, santificados, (Ro.8.30; 2Ts.2.13) y guardados por su poder, por medio de la fe, para salvación. (1.P.1.5)Nadie más será redimido por Cristo, eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos (Jn.10.26; Jn.17.9; Jn.6.64).
7. La doctrina de este alto misterio de la predestinación debe tratarse con especial prudencia y cuidado, para que los hombres, persuadidos de su vocación eficaz, se aseguren de su elección eterna, (1Ts.1.4-5; 2.P.1-10) y atendiendo a la voluntad revelada en la palabra de Dios, cedan la obediencia a ella. De esta manera esta doctrina proporcionará motivos de alabanza, (Ef, 1.6; Ro.11.33) reverencia y admiración a Dios; y también de humildad, (Ro. 11.5.6, 20) diligencia y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al Evangelio.
Capítulo 4: La creación
1. En el principio agradó a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, (Jn.1.2-3; Hec.1.2; Job 26.13) para la manifestación de la Gloria de su poder, (Ro. 1.20) sabiduría y bondad eternas, crear o hacer el mundo y todas las cosas que en él están, ya sean visibles o invisibles, en el espacio de seis días todas muy buenas (Col. 1.16; Gn.1.31).
2. Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y hembra, (Gn.1.27) con alma racional e inmortal (Gn.2.7) y en toda manera posible les preparó para una vida en armonía con él. Fueron creados a su imagen, dotados de conocimiento, justicia y santidad verdadera, (Ec. 7.29; Gn.1.26) teniendo la ley de Dios escrita en su corazón, (Ro.2.14-15) y dotados del poder de cumplirla; sin embargo, había la posibilidad de que la quebrantaran dejados a la libertad de su voluntad que era mudable (Gn.3.6).
3. Además de esta ley escrita en su corazón recibieron el mandato de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, (Gn. 2.17)y mientras guardaron este mandamiento, fueron felices, gozando de comunión con Dios, y teniendo dominio sobre las criaturas. (Gn.1.26, 28).
Capítulo 5: La providencia
1. En el Dios, el buen creador de todo, en su poder y sabiduría infinita, sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las criaturas y cosas, (1He. 1:3; Job 38:11; Is. 46:10,11; Sal. 135:6) desde la más grande hasta la más pequeña, (Mt. 10:29-31) por su sabia y santa providencia. Dios cumple con los propósitos para los cuales él creó estas cosas, conforme a su presciencia infalible, y al libre e inmutable consejo de su propia voluntad, para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia. (Ef. 1:11).
2. Aunque con respecto a la presciencia y decreto de Dios, causa primera, todas las cosas sucederán inmutable e infaliblemente, (Hch.2:23) de modo que nada ocurre por suerte o fuera de la esfera de su providencia; (Pr. 16:33) sin embargo, por la misma providencia las ha ordenado de tal manera, que sucederán conforme a la naturaleza de las causas secundarias, sea necesaria, libre o contingentemente. (Gn. 8:22).
3. Dios en su providencia ordinaria hace uso de medios; (Hch. 27:31,44; Is. 55:10,11) a pesar de esto, él es libre para obrar sin ellos, (Os. 1:7) sobre ellos, (Ro. 4:19-21) y contra ellos, (Dn. 3:27) según le plazca.
4. El poder todopoderoso, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se manifiestan en su providencia de tal manera que su propósito soberano se extiende aun hasta la primera caída y a todos los otros pecados de los ángeles y de los hombres, (Ro. 11:32-34; 2S.24.1 Cr. 21:1)y esto no sólo por un mero permiso, sino que él sabia y poderosamente limita, ordena y gobierna, (2 R. 19:28; Sal. 76:10) en varias formas, las acciones pecaminosas de tal manera que éstas llevan a cabo sus designios santos, (Gn. 50:20;Is. 10:6,7,12) pero de tal modo, que lo pecaminoso procede sólo de la criatura, y no de Dios, quien es justísimo y santísimo, y por eso, no es, ni puede ser el autor o aprobador del pecado. (Sa1. 50:21; 1 Jn. 2:16).
5. El todo sabio, justo y benigno Dios, a menudo deja por algún tiempo a sus hijos en las tentaciones multiformes y en la corrupción de sus propios corazones, a fin de corregirles de sus pecados anteriores o para descubrirles la fuerza oculta de la corrupción, para humillarlos, y para infundir en ellos el sentimiento de una dependencia más íntima y constante de él para su apoyo, y para hacerles más vigilantes contra todas las ocasiones futuras del pecado, y para otros muchos fines santos y justos. (2 Cr. 32:25,26,31; 2 Co. 12:7-9) Su santo y justo propósito es obrado de tal forma que todo lo que ocurre a sus elegidos es según su designio, para su gloria y para el bien de ellos. (Ro. 8:28).
6. En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios como juez justo ha cegado y endurecido a causa de sus pecados anteriores,(Ro. 1:24-26,28; Ro. 11:7,8) no sólo les retira su gracia por la cual podrían haber alumbrado sus entendimientos y ejercitado sus corazones,(Dt. 29:4) sino también algunas veces les retira los dones que ya tenían, (Mt. 13:12) y los deja expuestos a objetos que son causa de pecado debido a la corrupción humana, (Dt 2:30; 2 R.8:12,13 2) y a la vez les entrega a sus propias concupiscencias, a las tentaciones del mundo y al poder de Satanás, (Sal.81.11,12;Ts. 2:10-12) de donde sucede que se endurecen bajo los mismos medios que Dios emplea para ablandar a los demás. (Ex 8:15,32; Is.6:9,10; 1 P.2:7,8).
7. Así como la providencia de Dios alcanza, en general a todas las criaturas, así también de un modo especial cuida a su Iglesia y dispone todas las cosas para el bien de ella. (1 Ti. 4:10; Am. 9:8,9; Is 43:3-5).
CONFESIÓN BAUTISTA DE FE 1689
Acerca de la Declaración de Fe de 1689
En Inglaterra, durante la década de 1630 y de 1640, surgieron de la Iglesia Anglicana grupos congregacionalistas y bautistas. Sus primeros años de existencia se caracterizaron por repetidos ciclos de persecución por parte del Parlamento y la religión official del país. El infausto Código de Clarendon fue adoptado en la década de 1660 para aplastar todo disenso de la religión oficial del estado. Los períodos de rigurosa aplicación y los intervalos de relajamiento de estas leyes coercitivas angustiaban a presbiterianos, congregacionalistas y bautistas por igual.
Los presbiterianos y congregacionalistas no sufrieron menos que los bautistas bajo este acoso. Su frente unido en un acuerdo doctrinal fue una de las razones principales de su relativo éxito al resistir la tiranía gubernamental. Todos los presbiterianos se mantuvieron fieles a la Confesión de Westminster de 1647. Los congregacionalistas adoptaron prácticamente los mismos artículos de fe en la Declaración de Savoy de 1658.
Confesión de Westminster (1647)
Mientras la Guerra Civil en Inglaterra entre el Parlamento puritano y el rey (1642-1649) estaba en pleno auge, se hicieron cambios en la Iglesia Anglicana. En 1643, el Parlamento abolió la forma episcopal de gobierno eclesiástico, con sus parroquias y obispos jerárquicos. También pidió una nueva estructura. Ésta sería formulada por una asamblea de ciento veintiún clérigos (los “teólogos”) y treinta laicos: 10 miembros de la Cámara de los Lores y 20 miembros de la Cámara de los Comunes. Esta “Asamblea Westminster de Teólogos” se reunió en la histórica abadía de Westminster (contigua al Parlamento) en Londres, de la cual la declaración deriva su nombre.
La mayoría de los presentes en la Asamblea reunidos en 1643 eran presbiterianos puritanos. Se permitió la participación de ocho comisionados escoceses en las reuniones, como muestra de aprecio por su ayuda en la lucha contra el rey. Aunque los representantes escoceses no tenían ningún rol oficial en las reuniones, su presencia fue influyente. La Asamblea realizó 1.163 sesiones entre el 1 de julio de 1643 y el 22 de febrero de 1649. Se requería un quórum de 40 miembros.
Al ir avanzando el trabajo, se preparó un Directorio de Culto para reemplazar el libro de oración episcopal. Además, se redactó una nueva declaración de fe para la Iglesia Anglicana. La Confesión de Westminster llegó a ser el credo protestante más importante de la época de la Reforma. Se empezó a trabajar en esta confesión en julio de 1645, siguiendo con muchas interrupciones hasta ser terminada en diciembre de 1646. La confesión o declaración fue presentada a ambas Cámaras del Parlamento en 1647 bajo el título: “El humilde consejo de la Asamblea de Teólogos, con citas y pasajes de las Escrituras anexadas, presentado por ellos a ambas Cámaras del Parlamento.”
La Confesión de Westminster es un resumen de las principales creencias cristianas en treinta y tres capítulos. Está saturada de la teología bíblica reformada clásica, con énfasis en las relaciones de pacto entre Dios y el hombre. En cuanto al gobierno de la iglesia, presenta el concepto presbiteriano: con presbíteros (o sínodos) que supervisan a las congregaciones locales. En cuanto al bautismo, conserva al bautismo infantil, en concordancia con el concepto de pacto de la herencia cristiana. Éste mantiene que Dios con frecuencia salva a familias enteras, y que el infante es considerado parte del pacto a través de sus padres creyentes, mientras no pruebe lo contrario por medio de sus decisiones relacionadas con su estilo de vida.
A fin de explicar la declaración, la Asamblea de Westminster preparó un Catecismo Mayor para ser enseñado públicamente por los pastores desde el púlpito. Se publicó un Catecismo Menor para la instrucción de los niños.
Aunque la Confesión de Westminster fue usada sólo brevemente por la Iglesia Anglicana, fue adoptada por la Asamblea general de la Iglesia de Escocia en 1647 para uso general. La Confesión de Westminster sigue siendo hasta hoy la declaración de fe autoritativa de la mayoría de las iglesias presbiterianas.
Declaración de Savoy (1658)
Muchos cristianos evangélicos conservadores consideraban que la Confesión de Westminster era una afirmación correcta de la fe según las Escrituras, pero no coincidían con las afirmaciones sobre el gobierno de la iglesia y el bautismo. Éstos formaron dos grupos: los congregacionalistas y los bautistas.
A fin de mantener el crecimiento del que disfrutaban, el 29 de septiembre de 1658 se reunieron en el Palacio Savoy en Londres, en una asamblea de líderes congregacionalistas. El sínodo adoptó una “Declaración de fe y orden, observados y practicados en las iglesias congregacionalistas.” Basada mayormente en la Confesión de Westminster, la Declaración de Savoy incluía una sección sobre “La institución de iglesias y el orden establecido en ellas por Jesucristo”. Defendía la forma congregacional para el gobierno de la iglesia.
Confesión Bautista de Londres de 1677
Los que consideraban que las Escrituras enseñan el bautismo del creyente también necesitaban una declaración de fe clara. A éstos los conocían como “bautistas”. Sintiéndose sustancialmente unidos con el sufrimiento de los presbiterianos y los congregacionalistas bajo la misma injusticia cruel, los bautistas se reunieron para publicar su armonía sustancial con ellos en cuestiones de doctrina.
Se envió una carta circular a las Iglesias Bautistas Particulares en Inglaterra y Gales, pidiendo a cada congregación que enviara representantes a la reunión en Londres en 1677. Se aprobó y publicó una declaración inspirada en la Confesión de Westminster. Desde entonces lleva el nombre de Confesión de Londres de 1677. Debido a que este documento fue desarrollado en las oscuras horas de opresión, fue lanzado bajo el anonimato.
El prefacio de la publicación original de 1677 dice en parte: “Han pasado ya muchos años desde que varios de nosotros… sentimos la necesidad de publicar nuestra confesión de fe, para la información y satisfacción de quienes no entendían cabalmente cuáles eran nuestros principios, o que habían tenido prejuicios contra nuestra profesión…
“En vista de que en la actualidad esta confesión1 no está al alcance de todos, y de que muchos otros también han aceptado la misma verdad que contiene; juzgamos necesario juntarnos para dar un testimonio al mundo de nuestra adherencia firme a estos sanos principios…
“Llegamos a la conclusión de que era necesario declararnos más plena y decididamente... y no encontrando defecto en este sentido en la adoptada por la Asamblea [de Westminster], y después de ella por los congregacionalistas, llegamos a la conclusión que sería mejor retener el mismo orden en nuestra presente declaración de confesión... mayormente sin ninguna variación en los términos... haciendo uso de las mismas palabras de ambos... Esto hicimos para... convencer a todos que no tenemos ningún deseo de dificultar la religión con palabras nuevas, sino de esa manera dar nuestro inmediato consentimiento a las palabras sanas que han sido usadas por otros antes que nosotros... En aquellas cosas en las que diferimos con otros, nos hemos expresado con toda candidez y sencillez... Nuestro propósito dista de querer crear una polémica en todo lo que hemos hecho en esta cuestión.”
Confesión de fe de Londres de 1689
William y Mary subieron al trono de Inglaterra en 1689. El 24 de mayo de ese año se promulgó la Ley de Tolerancia. A los dos meses, varios pastores londinenses pidieron una reunión general de bautistas procedentes de Inglaterra y Gales. Se reunieron en
Londres representantes de ciento siete congregaciones desde el 3 al 12 de septiembre. Adoptaron la Confesión de Londres de 1677 con algunas importantes correcciones.
Una de las razones del crecimiento de las congregaciones bautistas eran las características particulares del movimiento. Los bautistas no reconocían los sacramentos como tales, como los reconocían los anglicanos y los católicos romanos. Creían en dos ordenanzas: la Cena del Señor y el bautismo de los que profesaban ser creyentes. Los primeros bautistas preferían ser bautizados por inmersión en “aguas vivas”; agua que corría en un río o arroyo. En el gobierno eclesiástico bautista, la congregación tenía completa autoridad. Podía llamar a su pastor y despedirlo. No había obispos ni superintendentes en la estructura bautista. Ningún grupo tenía poder gubernamental sobre otras congregacines individuales.
Capítulo 1: Las Santas Escrituras
1. Las Santas Escrituras son la única toda suficiente, segura e infalible regla de conocimiento, fe y obediencia salvadoras (2 Ti. 3.15-17; Is. 8.20; Lc. 16.29, 31; Ef. 2.20). Aunque la luz de la naturaleza y las obras de creación y de providencia manifiestan la bondad, sabiduría y poder de Dios, de tal manera que los hombres quedan sin excusa, sin embargo, no son suficientes para dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación; (Ro. 1.19-21; Ro. 2.14-15; Sal. 19.1-3) por lo que le agradó al Señor, en varios tiempos y de diversas maneras revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia, (He. 1.1) y además para conservar y propagar mejor la verdad y para el mayor consuelo y establecimiento de la Iglesia contra la corrupción de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó dejar esa revelación por escrito, por todo lo cual las Santas Escrituras son muy necesarias, y tanto más cuanto que han cesado ya los modos anteriores por los cuales Dios reveló su voluntad a su Iglesia (Pr. 22.19-21; Ro. 15.4; 2 P 1.19-20).
2. Bajo el título de las Santas Escrituras o la palabra de Dios escrita, se contienen todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, y los cuales son como sigue: