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REFLEXIONES

Cada uno mire cómo sobre edifica

por Pastor Noble D. Vater

Este artículo fue publicado en la revista Heraldo de Gracia,

número 2 del año 1980 y fue revisado por el autor en julio de 2009.

 

 

Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá perdida, si bien el mismo será salvo, aunque así como por fuego (1 Corintios 3:10-15).

A menudo escuchamos quejarse a pastores y creyentes preocupados por sus iglesias porque son como “coladores” por los que la gente sale casi tan rápido como entra, o que la iglesia se parece a un ómnibus: entra uno y sale otro. Se pidió a unos seminaristas que averiguaran por qué hubieron tantas “decisiones” en una campaña de predicación del evangelio y, sin embargo, al poco tiempo muy pocos de los que asistían a los servicios de las iglesias la apoyaban.

En uno de sus libros, el autor Iain Murray habla de unas encuestas realizadas en varías ciudades donde se han celebrado grandes campañas evangelísticas. Las encuestas indican que sólo un 5% de los que “pasan al frente” o que hacen “decisiones” permanece en una iglesia u otra.

Esta situación debe ser objeto de una seria consideración y un cuidadoso examen ya que se trata de un problema que persiste desde hace años. No basta con decir que en las iglesias apostólicas sucedía lo mismo ya que hubo gente como Ananías y Safira (Hechos 5:1-10); Simón el mago (Hechos 8:9-24); y otros que no eran verdaderos creyentes y salieron (comp. 1 Corintios 11:19; 1 Juan 2:19), como perros volviendo a su vómito y puercas lavadas a revolcarse en el cieno (2 Pedro 2:22). Pero, en realidad, no parecía haber mucho problema de cambio de miembros en las iglesias. Costaba mucho ser un discípulo. Los que se unieron lo sabían y, por ello, casi todos los que profesaron fe en el Señor Jesús lo hicieron porque la poderosa gracia de Dios los convenció para que creyeran en Cristo Jesús y le siguieran. La influencia del cristianismo era grande y, a la larga, produjo cambios beneficiosos en las sociedades en las que penetró. Hoy día eso no se ve. Se habla de miles de personas que se “deciden” por Cristo (al menos eso dicen), pero las iglesias no crecen en la misma proporción y la sociedad se corrompe cada vez más. No ocurre como en los días de Jonatán Edwards y el gran despertar, cuando él pudo decir que las tabernas se quedaron casi sin clientes. De hecho, en algunos lugares, las tabernas tuvieron que cerrar. En algunas iglesias se ve una gran emoción, se presentan muchos programas interesantes, pero la deshonestidad y la indolencia en el trabajo, la falta de amor entre los cónyuges, la falta de religión, el descuido de los hijos en el hogar y otras cosas parecidas prevalecen entre miembros de las iglesias.

La exhortación del apóstol Pablo en 1 Corintios 3:10 es urgente y necesaria. “Cada uno mire cómo sobreedifica”. ¿De qué habla el apóstol? Muchos intérpretes dicen que se refiere a la doctrina que un ministro imparte en la iglesia. La enseñanza es importantísima en una congregación; sin embargo, existen objeciones a esta interpretación y parece mejor la interpretación de personas como Robert Dabney (ver la nota al final). El oro, la plata y las piedras preciosas representan a los convertidos sinceros, verdaderamente regenerados por el Espíritu Santo, mientras que la “madera, el heno y la hojarasca” son los creyentes espurios. Pablo, como “perito arquitecto”, puso el fundamento: Jesucristo (3:10, 11). Otros edificaron sobre esto y su obra será puesta a prueba. Viene un día en el que cada persona que haya sido miembro de una iglesia pasará por un juicio. Los verdaderos cristianos permanecerán, pero los demás serán destruidos en el castigo eterno. Aquellos ministros del evangelio que, como instrumentos de Dios, han edificado con oro, plata y piedras preciosas, recibirán recompensa, pero aquel que utilizó madera, heno y hojarasca en la iglesia verá a su obra consumida. Como dice el texto: “…sufrirá perdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”, o sea: cada ministro tendrá que pasar por el mismo juicio y se manifestará si él mismo es como oro, plata o piedra preciosa o como madera, heno y hojarasca.

Las siguientes razones confirman que esta es la interpretación correcta:

1. La iglesia se presenta bajo la figura de un templo en otras partes de la Biblia, incluidos los escritos de Pablo, y los cristianos, de forma individual, son los componentes del templo (Isaías 28:16; Mateo 16: 18; Efesios 2:20-22; 1 Pedro 2:4, 5).

2. El contexto así lo señala. Pablo se enfrentaba al problema de las divisiones entre los corintios (1 Corintios 3:4). Para ello, demuestra que hay un solo fundamento (3:11); que solo Dios puede producir un cristiano (3:6, 7); que la única función de un ministro es edificar ese mismo edificio (no hacer otro); y que los corintios deben considerar que uno puede estar en la iglesia (añadido quizás por un ministro, tal vez salvo) y, sin embargo, ser consumido en el juicio. Pablo utiliza dos figuras: la del agricultor y la del templo. Dice: “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (3:9) y “sois templo de Dios” (3:16). Ellos son los que constituyen el templo.

3. En tercer lugar es más natural (y armoniza con las Escrituras en general) hablar de personas, en lugar de doctrinas o enseñanzas, que permanecen o se queman.

Ahora bien, tenemos una exhortación dirigida especialmente a los pastores cristianos: que “cada uno mire cómo sobreedifica”, pero todo aquel que quiere permanecer como el oro y no ser consumido como hojarasca debe prestar atención. No nos referimos a ministros como Jim Jones (que llevó a sus seguidores a la muerte en Guyana) ni de los mormones o “testigos de Jehová” o el sinnúmero de sectas que han pervertido la fe cristiana. Lo que nos interesa es la aplicación de esta exhortación a las iglesias llamadas evangélicas, porque son ellas las que se quejan de que muchos entran y salen. Ellas son testigos de la cantidad de “decisiones” que no resultan. Al parecer, en las iglesias hay mucha “madera, heno y hojarasca”. Para poder cumplir con la exhortación “cada uno mire cómo sobreedifica”, es necesario examinar cómo se pone “madera, heno y hojarasca” en la iglesia.

Antes de buscar las causas específicas, es preciso que todos sean conscientes de la posibilidad del auto-engaño, es decir, que una persona puede engañarse a sí misma creyendo que es cristiana cuando en realidad sólo lo es de boca para afuera. El Señor Jesucristo dio muchas advertencias sobre esto. Todo el Sermón del Monte (Mateo capítulos 5-7) señala la diferencia entre los realmente bienaventurados y los que “ya tienen su recompensa”. Termina diciendo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23). Luego utiliza la ilustración de aquel que edifica sobre una roca y lo compara a aquel que edifica sobre la arena. En su famosa parábola del sembrador, además de aquellos que no reciben la palabra porque Satanás la quita en seguida, se encuentran los que la reciben pero no tienen raíz, y otros en los que se ahoga por los cardos y espinas, o sea por los placeres, afanes, etcétera. Solo algunos llevan fruto (Mateo 13:3-8; 18-23).

Las epístolas también contienen muchas advertencias que señalan que no todos los que dicen ser cristianos lo son de verdad. “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). “El que dice: Yo le (a Dios) conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4). Compárese también 1 Corintios 6:9-11; Colosenses 1:21-23; 1 Timoteo 5:3-6; 2 Timoteo 3:7; Hebreos 3:12-14; 6:4-6; 10:26-29; et al., especialmente la primera epístola de Juan.

Esta posibilidad de engaño propio se convierte en una realidad en la vida de muchos. Si alguien se pregunta por qué la gente se engaña a sí misma y sigue el camino ancho que lleva a destrucción, debe considerar estos dos factores:

Primero: la condición del hombre es corrupta desde la caída de Adán. Aunque el salario del pecado es muerte y el camino del transgresor es duro (Romanos 6:23; Proverbios 13:15), Dios dice del hombre: “…los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19). Asimismo afirma: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7). Como el alcohólico vuelve a su alcohol y el que fuma vuelve a inhalar sus cigarrillos aun conociendo las malas consecuencias, así los hombres, aun sufriendo por los caminos que han escogido, vuelven a sus pecados predilectos (orgullo, vanagloria, ostentación, embriaguez, robos y homicidios) porque aman el placer o los beneficios del momento y el posterior temor a las consecuencias no sirve para detenerlos.

Pero, a pesar de que todo hombre ame sus propios caminos, y viva para sí (Isaías 53:6; 2 Corintios 5:15), hay otro factor [Segundo factor] que interfiere con su búsqueda desenfrenada de lo que le gusta: la denominada “gracia común” de Dios, el gobierno de Dios por medio de sus leyes, gobierno humano y la conciencia humana. Dios ha ordenado que las consecuencias del pecado sean el desastre y la miseria. Por eso, en parte, los pecadores se sienten cohibidos. Las autoridades civiles imponen también sus restricciones. Además, la conciencia misma sirve de freno para algunos. Esto es lo que empuja al hombre hacia la religión, aunque siga transgrediendo la ley de Dios, y es la causa de que viva en tensión. Por un lado quiere vivir para sí, por el otro lado se siente infeliz y justamente culpable. Conoce la verdad y la quiere suprimir; conoce a Dios y no le glorifica (Romanos 1:18-21). Estos dos factores —el amor al pecado y el deseo de felicidad— están en todo hombre, pero por la ordenanza de Dios son mutuamente exclusivos en aquellos que buscan su felicidad en el pecado y fuera de Dios mismo. Nadie puede tener a ambos, porque Dios no lo permite. Sin embargo, la búsqueda incansable del hombre natural es la de hallar y tener paz, tranquilidad y felicidad en su forma de vida egocéntrica. El mensaje del Señor Jesucristo deja claro que esto es imposible y el propósito del evangelio es salvar, por gracia, al pecador de la vida que vive para sí y hacer que lo haga para aquel que murió y resucitó por los que viven en y por Él (2 Cor. 5:15).

Tal es la importancia de las verdades señaladas que cualquier ministro que no las crea, o que haga caso omiso de ellas, pronto tendrá la iglesia del Señor llena de hombres carnales que buscan apaciguar sus conciencias, mientras viven básicamente para sí mismos. Si quien lee esto se pregunta por qué algunos hacen una profesión de fe, cumplen con algunos ritos y deberes religiosos externos, mientras siguen viviendo básicamente para sí y buscan, muchas veces en el nombre del Señor, fama, renombre, alabanza o placeres, bienes materiales y otras cosas que anhelan por su propia voluntad, será la comprensión de estas verdades la que les dé la explicación. La gracia común puede causar religiosidad, pero sólo la gracia especial puede salvar del pecado de modo y hacer que la persona viva para el Señor, aprobando su buena voluntad. La conciencia natural puede producir una convicción legal y provocar que se cumpla con algunos deberes (especialmente con aquellos que son visibles: asistir a la iglesia, ofrendar, etc.), pero solo la obra genuina del Espíritu Santo puede escribir la ley de Dios en el corazón y producir la fe y el amor al Señor Jesús que el evangelio exige.

Observemos brevemente algunas de las razones por las cuales muchos falsos creyentes se cuentan como miembros de iglesias. ¿Qué hacen los ministros para que haya tanta “madera, heno y hojarasca” en las iglesias?

En primer lugar, están los ministros que ofrecen entretenimiento y placeres, en competencia con el mundo. Hay coros, música especial, películas, eventos sociales, muchos “predicadores” invitados que incluso utilizan bromas. Las actividades son constantes. Además, alaban pública y constantemente a este hermano o a esta hermanita por la labor que realizan, de modo que satisfacen los deseos naturales y carnales de muchos, mientras tranquilizan su conciencia porque lo hacen todo “en el nombre del Señor” y dicen, “Paz, paz”. No hacen caso de cuántos jóvenes fornican; que se casan con incrédulos; que se meten en problemas, porque los padres realmente no cuidan de su hogar. No se fijan en las constantes prácticas carnales de los adultos. No ven el orgullo, la soberbia, la vanidad, la vanagloria, la envidia y el multiforme egoísmo que existe. Basta con que la gente venga a alegrarse con el entretenimiento que se brinda y que pague por él.

En segundo lugar está la predicación de un evangelio sintético. Muchas veces, aquellos que lo predican son también de los que entretienen, pero este evangelio sintético se debe considerar aparte.

Se entiende por sintético la combinación de dos cosas (y en la dialéctica, la resolución de dos antítesis). El evangelio sintético combina dos cosas. Permite al hombre continuar en el amor y la práctica del pecado, mientras le asegura que sus pecados son perdonados y tiene paz con Dios. Algunos tienen un evangelio netamente intelectual según el cual solo tienes que creer que Cristo murió por ti para librarte de todo pecado y considerarte perfectamente justo delante de Él. Si no dudas de todo esto, entonces tienes paz. Otros exigen un poco más que la creencia en algunos hechos históricos; sin embargo, no hacen hincapié en el arrepentimiento (mostrando lo que es), ni explican lo que significa creer en el Señor Jesucristo. Su frase más popular es: “aceptar a Jesucristo como tu Salvador personal”. Muchos creen que se puede aceptar a Cristo como Salvador, pero no someterse a Él como Señor (así dividen al Señor en teoría). No explican que Jesús es el Profeta cuyas palabras tenemos que atender en todo (Hechos 3:22, 23); o que Él es el Rey a quien nos tenemos que someter (1 Corintios 15:25; Juan 19:37; Lucas 19:14, 27). Hablan casi en exclusivo de la obra sacerdotal del Señor y la fe consiste más bien en creer que Él murió por ti; o de entregarse a Él, y ser perdonado.

Están aquellos que presentan a Cristo como un super-psicólogo y le predican en términos relacionados más bien con lo que los hombres sienten con respecto a la corrupción y su propia culpa: “¿Tienes problemas? ¿Te sientes solo? La soledad duele. ¿Necesitas a un amigo? ¿Es tu vida un fracaso? (Y otras preguntas por el estilo). Ven a Cristo y Él lo arreglará todo”.

Por supuesto, el Señor trata todas estas cosas, pero muchas veces los que hablan así no señalan que los problemas de uno, su soledad, etc. se deben a su propia corrupción, rebelión y su culpa maldita y condenable. Además, ese tipo de evangelio es humanista, centrado en el hombre en vez de Dios, su gloria, sus derechos y sus exigencias. Según este evangelio, Cristo existe para nosotros en vez de nosotros para Él. Y los que le buscan de esa forma tan egoísta, ¿cómo se salvarán de vivir para sí mismos? Quieren las buenas cosas que el Señor ofrece; le ven como un “Santa Claus” con muchos regalos para ellos. Sin embargo, honrarle como merece, negarse a sí mismos, tomar la cruz y seguirle, son cosas que quizás ni sepan todavía.

Una prueba de la diferencia entre el que predica un evangelio sintético y el que proclama el auténtico es esta: ¿Cómo se ocuparía el ministro del joven rico del que hablan los evangelios? (Mateo 19:16-22; Marcos 10:17-22; Lucas 18:18-23). ¿Cómo Cristo, o en “cuatro pasos”? ¿Quizás con algún otro evangelio reducido que no hable de la realidad del pecado y del arrepentimiento? Casi todos harían cualquier cosa para tener un joven rico en la iglesia, antes que entristecerle por el mensaje que oye.

En tercer lugar está el uso de medios sicológicos en conexión con las emociones para producir muchos falsos creyentes. Por eso entran y salen de las iglesias como si estas fueran autobuses.

El uso de estos medios no excluye el uso del entretenimiento o la predicación de un evangelio sintético, pero tampoco los incluye por necesidad inherente. Por medio de cuentos tristes, o testimonios emocionantes, se aprovechan de los sentimientos naturales. Llaman a la gente a pasar al frente mientras los demás permanecen de pie y cantan, o tienen la cabeza inclinada y los ojos cerrados. No pretendemos decir que, entre todos los que hacen una profesión de fe semejante, ninguno pueda ser salvo, porque algunos sí se salvan. Sin embargo, el uso de tales medios sicológicos para sacar provecho de las emociones es algo que confunde a aquellos que, inducidos solamente por sentimientos naturales, hacen profesión de fe y a aquellos que se salvan de verdad, porque luego tienen dudas.

Somos conscientes de que este asunto puede ser un a novedad para algunos. En un solo artículo hay limitaciones, pero esperamos que los que lo hayan leído comparen el mensaje y los medios apostólicos con los modernos para ver si la causa de la carnalidad de muchos que se llaman cristianos y de la poca buena influencia de la iglesia en el mundo, no se debe en gran parte a la diferencia entre ellos. “Cada uno mire cómo sobreedifica”.

Noble D. Vater

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Este artículo fue publicado en la revista Heraldo de Gracia, número 2 del año 1980 y fue revisado por el autor en julio de 2009.

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