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Getsemaní y la tristeza de Jesús 

por Pastor Noble D. Vater

 

 

"Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tan­to que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo, Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad con­migo". Mateo 26:36-38

EL LUGAR
Getsemaní – el significado de la palabra es "prensa para exprimir aceite" (véase los léxicos de Thayer y Friberg, e Imágenes Verbales en el Nuevo Testamento de A. T. Robertson). Así como las aceitunas son exprimidas para sacar el aceite precioso, de igual forma el Señor Jesús comenzó a sentir el peso de la culpa y pena que culminaron en su muerte para que el aceite del Espí­ritu Santo llegara y fluyera a través de todos los miembros de su cuerpo.

Getsemaní – un huerto. Era muy dis­tinto al huerto de Edén, pero era un huerto no obstante (Juan 18:1). En aquel primer huerto (de Edén) todo se tornó desértico, pero en este huerto el Señor empezó a sufrir aquellos dolo­res de parto que resultaron en la libe­ración de la creación esclavizada (Ro­manos 8:18-23).

Fue a ese lugar que el Cristo acudió en la noche que fue entregado. Solía ir allí (Juan 18:2) y no cambió de propósito aunque sabía que Judas vendría. Fue a ese sitio solitario en el cual los árboles y piedras, cielos y tierra habían oído su voz antes. Entonces, en esa última visita éstos fueron testigos de los sucesos de aquella noche. Pero, no fueron éstos los únicos presentes.

SUS COMPAÑEROS
Había también tres de los apóstoles de Jesús. ¿Por qué los llevó consigo? Dice el texto: para quedarse y velar con El. Luego les advirtió, "Velad y orad, para que no entréis en tentación" (versículo 41). Aunque su compañía le era grata, no obstante, estaba pensando en ellos más que en sí mismo. Por gracia los escogió para que estuvieran allí. En nada merecieron estar con Él, porque hacía poco que Juan y Jacobo querían ser grandes en el reino y mediante su madre habían pedido ese favor (Mateo 20:20ss; Marcos 10:35ss), que provocó una discusión entre todos los discípulos. Y ya el Señor había dicho que Pedro iba a negarle. Pero quiso que estuvieran con Él, para el bien de ellos y como testigos de los sucesos. Luego en su vida esta bondad del Señor hacia ellos debió haber tenido un efecto muy saludable.

SU CONFESIÓN
Las palabras que les dijo nos asombran, "Mi alma está muy triste, hasta la muerte". Isaías profetizó que sería lla­mado "Varón de dolores". Sin embargo, frecuentemente leemos del gozo del Señor, aun en las últimas horas que estaba entre ellos (véase Juan 15:11). Si bien sentía los dolores de otros, nunca antes se sintió tan triste como ahora, con una tristeza hasta la muerte.

No podemos comprender la profundi­dad de esa tristeza. Está más allá de nuestro poder. Sin embargo, podemos aprender varias lecciones valiosas de esta confesión de nuestro Señor.

REVELA SU HONESTIDAD Y PUREZA TRANSPARENTE
El Señor Jesús expresa exactamente sus sentimientos. No huye de la realidad, no trata de esconderse. La sombra del Gólgota está pasando sobre su alma. La hora de tinieblas ha llegado. Está mi­rando a la muerte cara a cara. Pero no se porta como un necio, riéndose o haciendo otra cosa para evitar la realidad de la muerte que estaba delante de Él y la justicia de su Padre celestial.

¡Cuántos demuestran la falta del Espí­ritu de Cristo en su contemplación de la realidad de la muerte! La amenaza constante de la muerte debe llenar de temor y tristeza a todo aquel que no es discípulo genuino de Cristo Jesús. Pero, en vez de enfrentar la realidad de la culpa del pecado y sus consecuencias, trata de escapar de los sentimientos opre­sivos y comienza a comportarse como si aquellas cosas no existieran. Algunos aparentan alegría—bromean, se ríen, gozan de las fiestas mundanas. Otros persiguen los placeres—borracheras; eventos deportivos; películas cinemato­gráficas y programas de televisión, la lectura y muchas otras cosas, de modo que no tengan que pensar en la realidad y sentir en su alma el espanto de una vida lejos de Dios. Otros se dedican al trabajo con la ambición de acaparar bienes materiales; otros a drogas y el alcohol. Pero todos tienen esto en común: no se han enfrentado a la realidad, dándose cuenta de su culpa, rebelión, inmundicia y la condenación e ira di­vina (Juan 3:18, 36). Si pudieran ver la muerte que está delante de ellos y el juicio y la ira de Dios, entonces se entristecerían, se angustiarían y dirían algo muy parecido a las palabras de Cristo: "Mi alma está muy triste hasta la muerte". Así habló él al sentir las consecuencias de llevar la culpa de su pueblo.

Aquel que es llamado eficazmente por el Espíritu Santo percibe "la miseri­cordia de Dios en Cristo”, y “con dolor y odio de sus pecados se convierte de ellos a Dios, con plena determinación de alcanzar una nueva obediencia". Este es el arrepentimiento. A la vez que el pecador oye ese llamamiento, recibe al Señor Jesucristo como Éste se ofrece en el evangelio, confiando en El en toda la gloria de su persona y en toda la perfección de su obra para ser salvo de los pecados y de sus consecuencias.

Oh lector, ¿qué sabe usted de esto? No se engañe por los vendedores de un evangelio superficial y sintético que no llega a la realidad horrible. Mire al Señor y oiga estas palabras.

ESTA CONFESIÓN REVELA LOS EFECTOS HORRIBLES DEL PECADO
¿Qué pudiera haber causado al Hijo de Dios tanta tristeza y angustia? Vivía en comunión plena con el Padre celestial lleno del Espíritu Santo y su fruto de amor, gozo y paz. Al ver a otros sufrir tuvo compasión. Pero esta vez no vemos a nadie cerca que despertó su compasión. ¿Quizás se siente triste por la traición de Judas? No. No puede ser, porque se exultó cuando salió, "Ahora es el Hijo del Hombre glorificado".

Dios creó a Adán para vida y aun en sus hijos caídos y condenados por la ley hay el deseo de vivir. La muerte no es natural, sino es la consecuencia del pecado. Jesús frecuentemente llamó a sí mismo el Hijo del Hombre, es humano, y por lo general la muerte no es algo al cual el ser hu­mano le da la bienvenida. Creemos que hay instintos naturales (o sea, creados por Dios) en los hombres, como el instinto de vivir, de cuidar y preservar la vida. Se supone que Adán y Eva tenían tales instintos antes de pecar. Como humano hubiera sido inhumano, no natural para Jesús enfrentar la muerte como si no fuera nada. Sin tomar en cuenta el asunto del pecado, podemos entender su tristeza.

Pero tenemos que tomar en cuenta de pecado, porque la muerte es consecuencia del pecado. Jesús es hombre, pero también es Dios. Nunca pecó. No debe sufrir la pena de una ley que nunca violó. Pero, en el plan divino, Él aceptó venir y ocupar el lugar de aquellos que el Padre le dio. Así que la culpa de los pecados de otros fue transferida al Cordero de Dios y tuvo que padecer la pena conforme al compromiso hecho voluntariamente con el Padre. En Getsemaní sintió esa carga horrible, la cul­pa de los pecados de su pueblo y ve la cruz. Su alma estaba triste, muy triste, porque sabía que iba a morir y que iba a morir como una persona condenada por la ley de Dios. Iba a gustar la ira de Dios tanto que a la larga clamara, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

SE VE EL AMOR DEL HIJO DE DIOS
Si no estaba angustiado por sus propios pecados entonces fue por los pecados de otros. Sufrió mucho debido a los pe­cados de injusticia hechos contra El por los judíos y romanos. Pero, mucho más que eso, como dice Isaías, "Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a pade­cimiento" (Isaías 53:10). Sólo su amor para con los pecadores le condujo a Getsemaní y su angustia. Sólo porque "no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse...se despojó a sí mismo y se humilló hasta la muerte..." (Filipenses 2:6-8).

Si olvido del Getsemaní, 

Tu sufrimiento agudo allí, 

Y tu divino amor por mí, 

Cristo, hazme ver tu cruz.

LA HUMANIDAD DEL SUMO SACERDOTE
Sólo Dios hecho carne pudo hablar así. Gran consolación es al pueblo del Señor tener un Sumo Sacerdote que se compadece. Aun cuando tengamos la cer­teza del perdón de nuestros pecados, nos sentimos tristes al pecar. ¿Cómo puede aquel que no pecó compade­cerse? Porque hubo una vez que sintió en sí mismo los efectos del pecado y se angustió. Aquel que restauró a Pedro, y fue delante de sus ovejas dispersas a Galilea, y se manifestó a los discípu­los que se escandalizaron de El esa noche, ese mismo Señor conoce nues­tra condición. En toda nuestra angustia, El es angustiado (Juan 21:15-19; Mateo 26:31, 32; Juan 20:19, 26; 21:1; Sal­mo 103:14; Isaías 63:9).

ESTAS PALABRAS NOS MUESTRAN PORQUE JESÚS ORO
Estando angustiado, el Señor oró. Antes dijimos que muchos hacen todo menos enfrentarse a la realidad. No oran. Si bien dicen, "Ay, Dios mío", no oran. Y de los pocos que pretenden orar, siempre hay aquellos que sólo se inte­resan en librarse de las consecuencias de su maldad pero no lamentan su maldad en sí. Se sienten mal porque están su­friendo, pero vuelven a lo mismo, o volverían a lo mismo si pudieran hacer­lo sin sufrir. Hacen votos, pero ¿cuán­tos cumplen? ¿Ora usted? "Velad y orad, para que no entréis en tentación" son las palabras del Señor a sus discí­pulos.

Ahora, usted que lee esto, ¿ha visto cuan feo y horrible es el pecado? Mire a Cristo Jesús entristecido y angustiado hasta que usted comprenda por la gra­cia de Dios lo horrible del pecado y la angustia eterna que justamente pade­cerá si muere en sus pecados. Si Cristo temió la ira y condenación divina, ¿no temerá usted? Entonces si usted no se ha convertido a Dios, clame por misericordia, oiga su invitación y mandato: "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él miseri­cordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar" (Isaías 55:7).

 

 

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REFLEXIONES

Que el obispo sea irreprensible 

por Pastor Noble D. Vater

 

 

Esta exigencia encabeza la lista de los requisitos pasto­rales. El concepto es abarcador. El Señor exige esto de todos sus hijos (Filipenses 2:15), pero el obispo tiene que demostrar esta cualidad en eminencia. Tiene que ser irreprensible. De otro modo no puede ser un supervisor del pueblo del Señor. (Obispo significa uno que vela y cuida. Los obispos son pastores y ancianos también y viceversa. Véase Hechos 20:17, 28; 1 Pedro 5:1-4).

El problema de pastores que carecen de las cualidades morales es grave. Oírnos constantemente de pastores que fornican o cometen adulterio; otros no gobiernan bien sus casas. Hay aquellos desho­nestos en su conducta, en sus negocios, y podríamos continuar hasta que el alma amante de Dios estaría grandemente entristecida. El celo por la casa de Dios nos consume y decimos, 'Oh Señor, ven a su templo y purifícalo".

Esta situación se debe a varias causas. Entre ellas está la confusión existente en la mayoría de las iglesias. P.e., las iglesias confunden el aumento de miembros con la evangelización y conversión. Para ellas los ministros que logran resultados son los llamados del Señor y por eso no examinan sus calificaciones morales sino más bien su poder de administrar, de atraer a la gente y hacer “crecer” la iglesia. Junto con esto, hay una confusión entre la mucha actividad y envolvimiento con los programas de la iglesia y la verdadera santidad y adoración. Los que no son convertidos en realidad pueden participar en toda actividad eclesiástica, pero no pueden llevar el fruto del Espí­ritu que es la verdadera santidad. Por eso tampoco pueden adorar de veras porque no tienen un corazón limpio delante de Dios.

Como resultado de esta confusión, ya hace mucho tiempo que las iglesias están llenas de gente que no pueden soportar sana enseñanza que se opone la conducta reprensible. Como muchos miembros no son irreprensibles ni quieren serlo así, no les importa tener un pastor irreprensible. Por supuesto, muchos no quieren a un adúltero ni a un ladrón, pero el que no es fiel en lo poco, no es fiel en lo mucho. Y las iglesias prefieren a un pastor un poco reprensible antes que a uno irreprensible.

Ahora bien, el lector quizás está preguntándose, ¿y qué pretende éste? ¿Cree que el pastor tiene que ser perfecto? Las Escrituras dicen que todos tenemos que ser perfectos como Dios es perfecto (Mateo 5:48; 1 Pedro 1:15, 16). También declaran que el que dice no tener pecado es mentiroso (1 Juan 1:8-10). Ser irre­prensible no quiere decir que el cristiano nunca peca, pero que no ama y practica el pecado. No tiene algún pecado favorito que consiente y protege. Y no hay nadie que en justicia pueda decir que éste me ha hecho mal y no ha pedido perdón; no ha hecho restitución.

Tenemos que dar gracias al Señor que en estos días hay muchos que otra vez han visto verdades que por ser suprimidas han causado tanta confusión y decadencia en la casa del Señor. Han visto como antes de la fundación del mundo Dios escogió un pueblo para sí para que fuese santo y sin mancha (Efesios 1:4). Ese pueblo fue rescatado por Jesucristo el Hijo. Murió por ellos para que no vivieran para sí sino para El (2 Corintios 5:14, 15). El Espíritu Santo, por medio de la verdad, da vida a esos escogidos y los santifica (2 Tesalonicenses 2:13, 14).

Pero junto con aquellos que han visto estas verdades y han sentido el poder de ellas de modo que quieren honrar al Señor en todo, hay aquellos que todavía siguen los caminos de confusión. Tomando refugio en las doctrinas de la gracia soberana, viven desordenadamente y traen mal nombre sobre nosotros los que anhe­lamos conformarnos a la Palabra del Señor.

Conocemos a algunos predicadores de la gracia soberana que se han divorciado sin causa bíblica y se han casado con otra (a veces también con una divorciada sin causa bíblica). Estos no piensan en lo reprensible de su conducta sino que siguen adelante sin poder alguno para dirigir los casados y las familias en los caminos de justicia por amor del nombre divino, porque su ejemplo hace vacías sus palabras.

Hay otros que están endeudados y que hacen poco o nada para pagar sus deudas, o que utilizan el dinero que deben a otros en cosas innecesarias en vez de limpiar su nombre ante todos. Otros con mal genio e impaciencia traen reproche sobre sí. El anhelo nuestro es que el Señor purifique las iglesias y que ponga en ellas pastores conforme a su corazón.

Mientras tanto, con humildad y reconociendo que sólo Dios puede mantenernos irreprensibles, tenemos que desasociar nuestros nombres de aquellos que no son irreprensibles y que siguen pasto­reando sin las calificaciones debidas.